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Cacería doméstica e industrial , un riesgo para la salud pública y el medio ambiente

February 20, 2017

 

Mongabay Latam/ Enfoque Periodístico

La venta de carne de monte en restaurantes y plazas de mercado de pequeñas ciudades se ha convertido en un problema para Colombia. No solo amenaza la fauna silvestre, también pone en peligro la seguridad alimentaria de las comunidades indígenas, afros y campesinas que dependen de ella.

 ¿Qué especies de fauna silvestre son vendidas como carne de monte?

 ¿Por qué la comercialización ilegal amenaza la seguridad alimentaria de las comunidades?

En Colombia hay más de 150 especies de fauna silvestre  —entre insectos, reptiles, anfibios, aves y mamíferos — que se utilizan como parte de la alimentación humana,  según información que ha arrojado más de 25 años de trabajo de la Fundación Tropenbos Internacional Colombia. En la Amazonía, aproximadamente se consumen “60 especies de insectos, ranas en diferentes épocas del año y reptiles como el caimán, culebra, iguanas, entre otros”, señaló Carlos Rodríguez, director de la Fundación Tropenbos Internacional Colombia. Y añadió que también es común encontrar comunidades que cazan aves como las pavas, los paujiles, las gallinetas, tucanes y guacamayos. “En algunas épocas se consume loro debido a la alta oferta.  Además de mamíferos como micos (entre 6 a 10 especies),  puercos de monte, dantas, entre otros”.

Más de 150 especies se usan para la alimentación en Colombia.

Según la publicación Bio Diversidad 2014 del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, “Colombia tiene 27 especies de tortugas continentales, de las cuales 22 son aprovechadas principalmente como alimento”. En el caribe, animales como el manatí son cazados y comercializados para conseguir casi 600 kg de carne. Y en otras zonas del país, como los llanos orientales, se sigue consumiendo carne de armadillo y chigüiro, platos que pueden costar más de 30 mil pesos colombianos (aproximadamente 10, 7 dólares) en los restaurantes de la zona.

Biota Colombiana 2016 señala que las especies más consumidas en regiones como el Pacífico, el Caribe, la Orinoquía y Amazonía son: las borugos, venados, guaras, dantas, armadillos, tortugas, marranos de monte de labio blanco, caimanes y conejos. Decomiso de 192 tortugas Hicoteas en Córdoba. Foto: Cortesía de la Policía Ambiental de Córdoba.

El panorama del consumo de carne de monte en Colombia demuestra que esta práctica sigue vigente,  pero la polémica está en si constituye un problema o una solución para la seguridad alimentaria de muchas comunidades rurales. Hugo Fernando López Arévalo, profesor asociado al Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, mencionó que “lo interesante es saber el contexto en el que se desarrolla el consumo de carne de monte, lo que significa las alternativas y las ventajas que tiene esta práctica en un país como el nuestro”. Y es que para él, aunque Colombia es inequitativa en términos de concentración de las riquezas, también es una región “multicultural y megadiversa” en la que el aprovechamiento de los recursos que nos rodean puede significar una oportunidad.

Sin embargo para cazar de una manera sostenible, sin riesgo de afectar ciertas especies que son vulnerables y que en muchos casos son las más apetecidas, debe existir un control en el que no todas “se pueden cazar en la misma proporción, sino deben ser aquellas que tengan unos hábitos sociales, una reproducción rápida, un cuidado parental corto, que no sean tan longevas y que sus poblaciones no sean bajas”, resaltó López.

Aunque la caza es una actividad ancestral, en muchos casos la alta demanda de la misma se da debido a presiones externas e incluso, como lo dijo Hugo, el hecho de que muchas costumbres no indígenas hayan entrado a estas comunidades, por ejemplo “el cristianismo y todas sus ramas,  hace que cambien sus hábitos, entonces fiestas que se realizaban cada año para reunir a su pueblo y cazar, ahora se hacen cada mes o cada ocho días,  lo que ejerce una presión sobre el recurso fauna, llámese peces o animales terrestres”. Pero en general, “lo que es evidente es que nuestras comunidades son diversas y muchas consumen lo que hay”. Sin embargo, el tema del consumo de carne de monte constituye un debate social, económico, cultural y muchas veces ético, por lo que tiene diferentes ángulos y reflexiones.

De cazador a ambientalista.

Luis Ángel Trujillo tiene 66 años, es pescador y agricultor, sin embargo pasó 45 años de su vida cazando fauna silvestre en departamentos como el Amazonas y Vichada. Es de esos lugareños que se sabe mover por la selva y el río, que ha estudiado los hábitos y comportamientos de los animales, características que, según explica, destacan a los buenos y efectivos cazadores. Cuando se dedicaba a esta actividad, cuenta que lo primero que debía organizar era si iba a salir en el día o en la noche. A las 5 de la mañana, antes de que el sol saliera, Luis Ángel cogía camino de manera sigilosa para no espantar ninguna presa, “si encuentra un rastro fresco uno lo sigue, si un ave canta uno las imita para que vengan o uno se va despacio a donde están cantando”, narró. En ocasiones la caza tenía éxito y él llegaba con alguna pava, perdices o gallinetas para que la jefa de la familia la preparara, en los mejores casos se capturaba una danta, un venado o puercos de monte, que él mismo cocinaba. En las noches, las orillas de los ríos se convertían en caminos por donde se desplazaba en su canoa, con una linterna para encontrar presas como dantas o borugos. “También se caza en los salados y pepiaderos, que son sitios donde hay árboles que dejan caer frutos y allí los recogen animales”, explicó.

Este hombre de selva cazaba para el sustento de su familia, lo que incluía la comercialización para tener un ingreso económico fijo. Como el mismo lo expresó, “la selva nos daba todo” y eso incluía borugos, cerrillos, gallinetas, pajuiles y pavas, para el consumo de los suyos. En el caso de la comercialización, lo hacía con especies como dantas, borugos, puercos de monte y venados.

Pero entonces, en el 2004, los grupos armados y la minería ilegal comenzaron a invadir la zona. Los primeros talaron para sembrar coca y desplazaron a los pobladores. Por eso Luis decidió buscar un camino diferente a la caza, que incluso había sido trazado desde que tenía 22 años, época en la que servía de guía de algunos pioneros de la investigación científica en el norte del Amazonas. “De manera informal estuve vinculado muy estrechamente con varias ONG que trabajaron en la Amazonía y Orinoquía,  eso  me  marcó mucho y fortaleció mi búsqueda de métodos innovadores que permitieran cazar y cultivar la selva en un sentido sostenible”, resaltó. Cultivaba en medio del bosque, conservando árboles que servían de hogar y alimento a muchas especies. “¡Eso es lógico! A mayor oferta de comida mayor reproducción, así en vez de acabar con la fauna de nuestro entorno, la hicimos aumentar”, dijo. Y añadió,  “con la Fundación Tropenbos Colombia, comenzamos a llevar un registro de captura por casi cinco años, eso nos permitió saber, no solo cuánto comíamos, sino en qué lugares estaban estas especies”. Estas son las prácticas que ha aplicado Trujillo en su trabajo conservacionista en la Orinoquía y que sirven de monitoreo para tener control sobre la cantidad de animales que se cazan y el uso que se le da a la carne, ya sea para consumo personal o comercialización.

Luis pasó de la caza a la conservación, sin embargo defiende el consumo de carne de monte bajo un contexto social, cultural y ancestral, para comunidades indígenas y campesinos ribereños de bajos recursos que dependen de lo que produce su única posesión “un pedazo de selva, sabana o vega de río”, concluyó.

¿Consumo y conservación?

El Centro de Investigación Forestal Internacional (CIFOR) lleva cinco años en Colombia trabajando sobre la importancia de la carne de monte para las comunidades, no solo en medios rurales sino también en medios urbanos, enfocada al comercio en términos de cantidades, especies comercializadas, actores involucrados, función en la trifrontera y el papel económico, financiero y cultural de esta actividad.

Nathalie van Vliet, investigadora de CIFOR en Colombia, señaló que el interés está enfocado hacia “comunidades indígenas y afrodescendientes que han tenido cambios importantes en su modo de vida, que tienen acceso a mercado, acceso al crédito, a movimientos poblacionales que hacen que lo tradicional ya no sea como antes, pero que subsista de alguna forma en los medios modernos”. Y añadió, “la carne de monte es un recurso natural interesante y difícil de analizar. Es un tema sensible sobre todo para el público urbano, pero es parte de la realidad de ciertas comunidades”.

Para ellos, lo principal es no partir de supuestos como que la cacería de subsistencia es buena y la comercial es mala, ya que no hay estudios que demuestren esa teoría. La segunda podría ser sostenible para algunas especies que son “bastantes resilientes, muy generalistas, que las encuentra en varios tipos de bosques y zonas agrícolas, y que son carnes apreciadas por los consumidores”.

CIFOR lleva dos años trabajando con la asociación de cazadores de Puerto Nariño (Leticia), Airumaküchi,  “que tienen como doble objetivo la conservación de la fauna y la seguridad alimentaria de las comunidades”, explicó.

Se les ha capacitado en seguimiento de fauna, instalación de cámaras trampas, uso de aplicativos móviles, construcción de mapas, con el  fin de que tengan un mayor control de lo que cazan. Han aportado como institución, señala van Vliet, “en federar mejor a los cazadores, sentir que pueden contribuirle a la comunidad por medio de la seguridad alimentaria, el ecoturismo, conservar hábitats, enseñar a los niños el rol que ellos pueden tener”.

El monitoreo como herramienta de control del consumo

Carlos Rodríguez de la Fundación Tropenbos Internacional Colombia explica que se han desarrollado diferentes mecanismos para monitorear y medir el consumo en las comunidades, lo que incluye el conteo, el peso y la medición de las especies capturadas. Además, un punto importante es que se ha considerado la relación simbólica que existe entre los indígenas y los animales. El mejor ambiente para hacer esa medición es la cocina, es allí, como explicó Rodríguez, donde “participan los hombres que son los que cazan, las mujeres que son las que transforman, los niños que están ahí, entonces es un proceso familiar completo (…) Y eso lo logramos hacer en secuencias multianimales que casi nunca se dan en la investigación de carne de monte. Tuvimos hasta 12 años seguidos de tomas de registros”.

Y es que esa relación entre las comunidades y los animales resultan más complejas de lo que se cree, no es solo cazar por matar y comerse un animal que tiene un buen sabor, es que las especies como los seres humanos, establecen relaciones sociales y como en todas ellas existen restricciones y respeto entre unas y otras mas. “Aquí todos los animales tienen una mitología de origen y unos aspectos simbólicos que implican un conocimiento y un manejo balanceado con su mundo de los animales”, resaltó. El acumular mucha energía animal (por exceso de caza) implica que esa persona se enferme o que incluso la naturaleza termine por cobrar la vida de uno de sus hijos y que termine por convertirse en la especie. Las creencias, las tradiciones y el conocimiento en torno a la fauna que rodea a las comunidades son cruciales para llegar a esas especies de una manera sostenible. Hay un compromiso moral,  ético y sentimental con ellas, por ejemplo nunca hay que matar al jefe de la manada y si “uno mata un animal con cría, debe hacerse responsable de ese individuo y adoptarlo como mascota (…) Esos son animales que nunca se consumen, porque fueron criados y son parte de la familia”, resaltó Carlos Rodríguez.

Y son todos estos límites o compromisos los que hacen que exista un manejo balanceado, no se exceda y no se desperdicie, lo que ayuda a que “no haya tanto impacto sobre las poblaciones naturales, ya que se permiten que fluya la dinámica de poblaciones de animales y personas”, concluyó. Sin embargo algo que los expertos tienen claro es que el comercio de estas especies se da a nivel local,  a veces ni siquiera llega a ciudades como Leticia, por lo que difícilmente llegará a grandes urbes como Bogotá.

Como añadió Carlos Rodríguez, Director de Tropenbos, “en las grandes ciudades difícilmente consumimos carne de monte, estamos lejos de estas prácticas, comemos carne de res, pollo, pescado y cerdo”. Pero la venta en restaurantes y plazas de mercado de pequeñas ciudades y pueblos sí “se puede volver un problema”, porque la alta demanda aumentaría la cacería. Y es que según cifras de la Policía Nacional, en 2016 fueron comercializadas ilegalmente más de 20 000 especies de fauna silvestre, entre ellas: babillas, tortugas e iguanas, cuya carne es apetecida para el consumo humano.

Publicado en/ https://news.mongabay.com/

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