Después del aplazamiento de la firma definitiva entre FARC y gobierno, ¿encontrará Colombia la Paz?
¿ENCONTRARÁ COLOMBIA LA PAZ?
por Ricardo Angoso
Analista Internacional
El nuevo aplazamiento de la firma definitiva del acuerdo entre la organización terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el ejecutivo colombiano que preside Juan Manuel Santos, fijada inicialmente para el 23 de marzo pasado, vuelve a sembrar de dudas e incertidumbres a la sociedad de esta abatida nación. El país se muestra muy escéptico ante el desarrollo de los diálogos entre las partes y, sobre todo, por el largo periodo de tiempo que ha pasado desde el comienzo del proceso de paz, ya casi cuatro años, sin que haya resultados concretos.
Para los detractores de las conversaciones con las FARC, entre los que se encuentra el expresidente Alvaro Uribe, quien ahora es Senador de la República y líder del opositor movimiento Centro Democrático, este enésimo aplazamiento era algo esperado y vuelve a mostrar a las claras que la organización terrorista -según la denomina el Departamento de Estado norteamericano y la misma Unión Europea (UE)- no tiene la voluntad política de llegar a un acuerdo definitivo, dejar las armas para siempre y también el negocio del narcotráfico. Las FARC se acabaron convirtiendo en una suerte de cartel de la droga que alterna sus actividades terroristas con el tráfico de estupefacientes a través de Venezuela y, probablemente, Ecuador.
Mientras que, en el lado opuesto, el ejecutivo de Santos, junto con casi todas las fuerzas políticas que le apoyan, y la izquierda tienen grandes esperanzas de que el proceso de paz dé sus frutos y se alcance un acuerdo definitivo que permita a las FARC convertirse en un actor político y no armado. El objetivo final del acuerdo es la reconversión de las FARC en una suerte de partido político que participe, en igualdad de condiciones, con las demás fuerzas colombianas. Sin embargo, a nadie se le escapa que los líderes guerrilleros que negocian en La Habana el final del largo conflicto colombiano, que dura más de medio siglo, buscan aparte de una salida política una salida personal, es decir, que sus crímenes y delitos nunca sean juzgados y una suerte de impunidad de cara al futuro.
La reunión del Secretario de Estado Jhon Kerry con miembros de las Farc hizo penzar en un acuerdo definitivo por el apoyo que ha dado el presidente Obama al proceso de Paz, pero mientras los guerrilleros veían con optimismo la visita de Kerry , el gobierno especulaba conque faltaban "otros" puntos por acordar
PRINCIPALES CUESTIONES PLANTEADAS EN LA MESA DE NEGOCIACIONES
Precisamente, ese asunto, el de la impunidad de aquellos que cometieron graves delitos, es uno de los motivos de fricción entre el gobierno de Santos y la oposición derechista que lidera Uribe. Las cuestiones capitales en este largo proceso de paz, comenzado en el año 2012, son muy parecidas a las que se plantearon en otras negociaciones con las FARC. Estas se resumen en los siguientes capítulos: la reparación a las víctimas; el estatuto de un marco para la justicia transicional; la exigencia de la verdad sobre el conflicto, sus orígenes y consecuencias; una nueva agenda social, rural y económica para Colombia -exigencia de los guerrilleros-; y el enjuiciamiento de los principales responsables de los crímenes y tropelías perpetrados en estos años de conflicto, quizá uno de los principales escollos para firmar un acuerdo definitivo entre las partes.
Sin embargo, sin escuchar ni a los partidarios ni detractores de las negociaciones, el proceso de paz ha durado demasiado tiempo y la sociedad está cansada de que no se hayan alcanzado resultados tangibles, mientras que las FARC han seguido colocando minas, secuestrando, extorsionado e incluso asesinando a miembros de los cuerpos de seguridad y las Fuerzas Armadas. La credibilidad del presidente Santos está bajo mínimos y el proceso de paz es puesto en duda por la mayor parte de los colombianos, tal como han revelado numerosos estudios y encuestas publicados recientemente. Sólo un 13% de los colombianos, según se informaba en un sondeo reciente de Noticias RCN, aprueban la gestión del presidente Santos, mientras un 68% la rechazaba.
Habría hecho falta un proceso mucho más ágil y dinámico, con tiempos y objetivos previamente descritos, y una mayor voluntad por ambas partes para haber alcanzado acuerdos prácticos y visibles sobre el terreno. Así, sin haber recurrido a tantos aplazamientos y escasa concreción en lo obtenido, el resultado habría sido bien distinto, el presidente Santos no acusaría el desgaste que ahora acumula y la confianza social en el proceso hubiera sido mayoritaria, algo que ahora no ocurre y que costará mucho remontar en los próximos meses.
A este escenario tan adverso para alcanzar la paz en poco tiempo, ya que incluso las FARC han anunciado que queda otro año para que se firme un acuerdo más o menos definitivo, hay que añadir las dificultades de todo tipo por las que atraviesa Colombia. Por ejemplo, el cuadro económico pasó del estancamiento a la recesión; la situación se acerca a lo caótico. La moneda se devaluó en un 65% frente al dólar, la mayor parte de los valores bursátiles se hundieron en un 60%, entraron menos inversiones extranjeras, las importaciones aumentaron, la inflación -pese a las mentiras del gobierno- sigue aumentando y agravando la brecha social entre ricos y pobres, el déficit se disparó y el desempleo creció hasta el 12%, una cifra hasta ahora impensable para el ejecutivo, pero que incluso si atendemos al alto grado de informalidad de la economía colombiana podría ser hasta más alto.
SANTOS NECESITA UN ACUERDO DEFINITIVO CON LA GUERRILLA
El presidente Santos necesita urgentemente alcanzar un acuerdo con las FARC, escenificar que las cosas han mejorado bajo su mandato y que el hito histórico de haber alcanzado la paz con las FARC es el principal logro de su gobierno porque quizá en los casi dos años y pico que le restan de mandato no habrá más. El país, desde luego, no está para bromas y, como dice el dirigente y legislador izquierdista Jorge Enrique Robledo, ya no cabe ni un pobre más en Colombia, tierra donde la corrupción, la pobreza, la exclusión social y la pura mafia se han conjurado para destruir una nación tan repleta de recursos naturales como carente de esperanza para un pueblo cansado de esperar en la cola de la historia.
Como señalaba el escritor William Ospina recientemente, en un artículo en donde apelaba a cambiar de estrategia para lograr la paz, "lo que tiene frenada la mesa de diálogo es una sola palabra: desconfianza. El Gobierno desconfía de la guerrilla, y hasta tiene razón, porque es larga su historia de torpezas y de crímenes. La guerrilla desconfía del Gobierno, y harta razón tiene, porque en Colombia es larga la crónica de las traiciones". Solamente desde la recuperación de la confianza entre las partes, y una mayor voluntad política que hasta ahora no se vislumbra, se podrá llegar a un acuerdo final que ponga fin a décadas de desesperanza, muerte y terror. El camino todavía se percibe como largo, pero parece que hay luces al final del túnel. ¿Será así?
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